BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




martes, 22 de mayo de 2012

RECORDANDO A CARLOS FUENTES

Hay escritores cuya entrega a la literatura resulta abmirable. El escritor mexicano Carlos Fuentes era uno de esos escritores. En tiempos en los que cualquiera se siente escritor convendría no olvidar a escritores de esta talla, de esta dedicación, de esta fe en las palabras que se escriben contra la infamia, contra el dolor, contra el olvido. Al enterarme de su muerte me acordé en seguida de su novela Diana o la cazadora solitaria (Alfaguara, 1994). Allí contaba su historia de amor imposible con la malograda actriz Jean Seberg. 

Aquella actriz  fascinante nació en un pueblo perdido de Iowa y vivirá siempre en Al final de la escapada de Godard. La presencia de Jean Seberg en el cine nos sumerge de lleno en su fragilidad, en el fracaso de sus tentativas amorosas, en la soledad que seguía a la conclusión de una escena en una de esas películas que solía rodar por inercia, sin fe alguna en lo que estaba haciendo. Perdida en las brumas del alcohol o de las drogas tocó fondo hasta suicidarse, gesto final de desesperación que compartiría con su ex marido Romain Gary. Pero antes de que su adiós ocupara la primera plana de los rotativos Carlos Fuentes la conoció y la amó. Sabía que aquello no duraría demasiado, que todavía en la mente de Jean Seberg rondaba el rostro hierático de Clint Eastwood en La leyenda de la ciudad sin nombre.

Diana o la cazadora solitaria supone un acto de amor hacia Jean Seberg. Encontramos en el libro párrafos como el que sigue en el que Carlos Fuentes alude al terror del tiempo que se escapa de las manos y que somete al escritor a un drama perpetuo. Es la obsesión de quien lo fía todo a la escritura:
Tengo terror de quedarme sin tiempo para escribir. Escribir es mi pasión. Todo escritor nace con el tiempo contado. Desde el momento en que se sienta a escribir, inicia una lucha contra la muerte. Todos los días, la muerte se acerca a mi oreja y me dice: Un día menos. No tendrás tiempo. 
He aquí expresado el drama del escritor que escribe para vivir y del hombre que ama lo que no podrá ser, aquello que ya perdemos antes de retenerlo entre los dedos, como el rostro de angel herido de Jean Seberg entregándose a los brazos heladores de la muerte.

Carlos Fuentes dejó dos libros inéditos en esa lucha titánica contra el tiempo. En el camino quedó dibujada alguna obra maestra más, al margen de Diana o la cazadora solitaria que me parece uno de sus mejores libros. He escuchado todo tipo de elogios hacia su figura y algún exabrupto como el de José Javier Esparza en Intereconomía. El del parche en el ojo dijo desde su púlpito derechista que Carlos Fuentes es un escritor sobrevalorado. Dudo que lo haya leído, dudo que su ideología le permita analizar las cosas con el suficiente rigor. Lo que es evidente es que la pseudoliteratura de Esparza morirá con él. La de Carlos Fuentes seguirá viva por mucho tiempo como la de todos los clásicos.

lunes, 21 de mayo de 2012

José Manuel García Gómez y El Arco de la Rosa

Con fecha 7 de diciembre de 1971 el recordado escritor gaditano Fernando Quiñones dirigía una carta abierta a Florentino Pérez Embid, Director General de Bellas Artes que publicó este mismo periódico el 11 de diciembre del mismo año. En esa carta se quejaba de la penosa realidad urbanística de Cádiz que andaba en manos de la tosquedad, de los dineros y de la piqueta como si se tratara de cualquier aldea de Yukón o la Patagonia hecha anteayer. Alertaba de que Cádiz caminaba hacia la destrucción de su patrimonio, de sus valores históricos y turísticos y todo ello  motivado por la ambición desmedida de unos y de otros.
A Quiñones le preocupaba el estado del casco antiguo, la poca sensibilización ciudadana que existía al respecto. En su artículo citaba nombres y apellidos de gaditanos que habían realizado una valiente defensa urbanística del casco antiguo y en particular del barrio del Pópulo que los oligarcas locales del régimen querían echar abajo. Entre esos nombres aparecía en lugar ciertamente preferente el poeta José Manuel García Gómez del que cuenta Quiñones que, en última instancia, y cuando ya había empezado la demolición de todo el Pópulo logró detener por un pelo el derribo de El Arco de la Rosa, allá por los años cincuenta y después de dejarse el alma por las calles, desolado, contra la torpeza, las insidias y las desidias de siempre.
Lo cuenta Quiñones de este modo, con esas palabras, y hay algunos testigos de aquella acción de mi padre cuya entrega y aportación cultural y pedagógica a la ciudad  nadie puede negar, salvo que ese alguien actúe guiado por la mala fe y la inquina periodística. 
Creo que es hora ya de que el Ayuntamiento de Cádiz haga un reconocimiento público a José Manuel García Gómez en El Arco de la Rosa, monumento que él salvó de las garras de la incompetencia. Todo gaditano debiera conocer esta historia, debiera mirarse en ella, debiera aprender de ella.
Que esta ciudad de placas no haya aún mencionado a García Gómez de algún modo no puede entenderse. Como hijo sigo empeñado en la justa recuperación de su figura. Realicé un documental con Pepe Freire -En medio de las olas- y publique un libro en el que la personalidad cultural de García Gómez no ofrecía dudas en el difícil contexto de su tiempo. La creación de una revista plural de poesía como Caleta en los años cincuenta y la fundación de un colegio como Argantonio en los setenta dan idea de su doble empeño pedagógico y lírico. Y a ello cabe sumar su entrega a la ciudad. Sólo así se entiende su acción en defensa del Arco de la Rosa, vieja entrada a la ciudad medieval, tan cargado de historia. Espero y deseo que Cádiz devuelva a García Gómez algo de lo que le entregó con su incansable quehacer poético y docente.
No es de recibo que quienes hicieron cultura sean maltratados por el olvido institucional, más pendiente de satisfacer el ego de determinados cofrades o de determinados representantes del mundo del Carnaval que de indagar en quienes realmente hicieron mejor a Cádiz, la enriquecieron, la mejoraron y se implicaron emocionalmente en ella. Sirva este escrito para hacer memoria de un hecho objetivo y esperar una respuesta positiva de la autoridad competente. Y cuando pasen por El Arco de la Rosa recuerden al poeta José Manuel García Gómez y su hermoso gesto que Quiñones, siempre generoso, jamás olvidó.