BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




jueves, 12 de julio de 2012

EL CINE DE GONZALO GARCÍA PELAYO



Tres redactores de la revista Lumiere se citan en Cádiz con Gonzalo García Pelayo para hacerle un reportaje sobre su etapa como cineasta. Entre los redactores se encuentra Gonzalo de Lucas, coautor del ensayo Pensar en imágenes sobre Godard. Soy testigo privilegiado de este encuentro en casa de Jeri Iglesias, hijo de Miguel Ángel Iglesias, protagonista de la cinta. Todo es cálido en este encuentro,  como el mar que nos abraza cercano o los trozos de sandía que reposan sobre la mesa conformando una efímera naturaleza muerta que degustaremos mientras hablamos sobre Hawks o Ford.

Mi fascinación por la película Vivir en Sevilla -rara avis de su tiempo- motivó hace algunos años mi primer encuentro con Gonzalo García Pelayo y el comienzo de una amistad a lo largo. Duerme en mis cajones una novela que imagina un encuentro parisino de Gonzalo con Jean Eustache, el inolvidable creador de La mamá y la puta. Espero desempolvarla pronto porque allí importa y mucho la atmósfera libre que conforma Vivir en Sevilla, cine-ensayo y curiosísima tentativa de trasladar el eco de la nouvelle vague a la primavera sevillana del gozo y la congoja, de la pasión y el rito, de los amores huidizos y el peso del exilio que late en la hojarasca del tiempo que se ha ido.

Celebro que los críticos de Lumiere abanderen el rescate fílmico de Gonzalo, un tipo singularísimo que merece todo tipo de reivindicaciones y de reconocimientos. A Gonzalo lo hemos visto convertido en personaje cinematográfico en Los Pelayos, película de reciente factura. No convendría quedarse sólo con la imagen de Gonzalo como enfant terrible de los casinos.  Más allá del juego y del póker habita el inmenso productor discográfico que dio cobertura al rock andaluz y acogió figuras fundamentales de la canción. Y más allá de la imagen deformada que podemos tener de cada cual, transita el cineasta de Manuela, éxito del cine español de mediados de los años setenta en la que tuvo el privilegio inmenso de dirigir a Fernando Rey y también el cineasta que rompe con toda norma establecida para rodar Vivir en Sevilla.

Gonzalo debió sentirse como Hitchcock cuando lo visitaban los muchachos de Cahiers y desentrañaban las claves ocultas de sus películas. Se habló de Dreyer, de Godard, de Buñuel, del cine mudo, del artista que sueña con disolverse en sus propias obras, abrazar la nada, traspasar el umbral del misterio, ligeros de equipaje, sin recordar siquiera su propia historia. El análisis pormenorizado de los redactores de Lumiere de la obra de Gonzalo no desmerece en absoluto al que podían hacer aquella generación inolvidable de escritores de cine de Cahiers. Vivir en Sevilla ocupó un lugar prioritario en la conversación a la que se sumó también Javier García Pelayo, hermano de Gonzalo que ejerció de productor y coguionista de la película.

Escuchar a Gonzalo, atender a sus reflexiones, a su sentido estético y vital supone un inmenso placer. Las mismas digresiones que marcan parte de su cine las aplica a la conversación y en un momento puede pasar de evocar al rockero sevillano Silvio -presencia vital en Vivir en Sevilla- a ponderar la Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo. Todo forma parte de una especie de encantamiento, como la aparición de la Macarena en Vivir en Sevilla, como la vida misma que habita en estas conversaciones en las que impera nuestro amor al cine, el viejo placer de las tertulias y del paisaje compartido.

No podía imaginar aquel adolescente que descubrió Vivir en Sevilla en televisión que un día asistiría a un encuentro cinéfilo en torno a la película con la presencia del mismísimo Gonzalo García Pelayo. Espero que salga esa retrospectiva de su cine en la Bienal de Viena. Y si así fuera que doblen al austriaco Vivir en Sevilla...