BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




sábado, 16 de marzo de 2013

LA SEMANA SANTA DE LOS HETERODOXOS

Todos los años suelo colaborar por estas fechas en Plenilunio, publicación sobre la Semana Santa de Cádiz que dirige mi buen amigo Pedro Pacheco, fino y sensible editor. La Semana Santa es un territorio que puede ser sugestivo o llenarse de tópicos según quien se acerque a él. Desde la óptica de la mayoría de los pregoneros la Semana Santa se antoja un lugar común de ripios, exaltación y lugares comunes. Lo rancio termina apoderándose de quien la canta o de quien la entiende de un modo ortodoxo. Pero la Semana Santa son muchas más cosas. Es territorio de la infancia, de la lírica, del sueño envuelto en niebla. Algo de eso quise explicar en este artículo que vio la luz el año pasado en Plenilunio.


LA SEMANA SANTA DE LOS HETERODOXOS

PREGONEROS SIN CHAQUÉ

Dedico este artículo a Tino Tovar, en el año de Ciudadano Zero.

Agradezco la colaboración prestada a Rafael Paúl Montero y a Aurelio Sánchez Mariscal.

Todo aquel que pretenda aproximarse con cierto criterio a la Semana Santa andaluza deberá atender a todos sus matices, a la pluralidad que encierra, a sus luces pero también a sus sombras. Sólo de este modo podrá comprenderla y podrán evitarse visiones destructoras, comentarios improcedentes que vienen de un laicismo mal entendido, de una falta clara de rigor a la hora de abatir con la palabra aquello que no alcanza a comprenderse.

He leído hace poco en el blog de un conocido periodista gaditano que la Semana Santa es cosa de la derecha y que viene de la inquisición. Con estas argumentaciones  se desprecia desde cierto progresismo mal entendido todo aquello que se ignora, práctica habitual en el citado periodista que dejaremos en el anonimato para no darle más publicidad de la debida.

Resulta cuando menos arriesgado vincular a la Semana Santa con las posiciones retrógradas de la derecha menos democrática,  aunque existan  elementos de ésta que la han conformado, aunque arrastre consigo la utilización que de ella hizo el franquismo, el llamado nacional-catolicismo,   que con tanta sapiencia y documentación analizó José Hurtado Sánchez en un libro titulado Cofradías y poderes que se centraba en la Semana Santa de Sevilla.

Mi intención es destacar cómo la Semana Santa, tan reaccionaria, tan periclitada para algunos, ha logrado conmover a escritores y poetas que están absolutamente alejados de un pensamiento de derecha. Los ejemplos que siguen demuestran que los heterodoxos han sentido la necesidad de reconocerse en la Semana Santa, de encontrar en ella un ámbito inequívoco de expresión, de afirmación, de evocación constante.

Hay una parte de la izquierda que desconoce que Luis Cernuda escribió un poema titulado “Luna llena en Semana Santa”[1] y parece no interesarle recordarlo. Son poetas como Cernuda, miembro de la llamada generación del 27,  los que enriquecen la Semana Santa porque se alejan de la retórica de los pregoneros al uso, de la retahíla de tópicos que manejan algunos cofrades, incapaces de profundizar en las claves líricas de esa Semana Santa que tanto les apasiona.

Yo me siento absolutamente ligado a ese poema de Cernuda, mucho más que a la Semana Santa oficial sobre la que otros escriben. Prefiero la lírica de este poema a las discusiones bizantinas sobre el modo de carga o sobre el cambio de ubicación de la Carrera Oficial. Eso se lo dejamos a los periodistas cofrades que no suelen leer a Cernuda a quien le bastó este poema para desentrañar el misterio, la esencia de un sentimiento.

El poeta escribió su poema en el exilio, cercano ya a la muerte, y rememoró en sus versos la Semana Santa de su infancia. Era como volver a encontrarse con las huellas de su niñez sevillana cuando tenía toda la vida por delante. Muchos nos sentimos reconocidos en este poema de añoranzas entreveradas y  hallamos en la Semana Santa una forma de regreso a lo que fuimos, una forma de recobrar los rostros familiares que perdimos, el primer deslumbramiento de un paso de palio que contiene el dolor de una madre solitaria que a su vez contiene un pañuelo donde se cobija el duelo de las lagrimas que forman parte de la vida:

Denso, suave, el aire
Orea tantas callejas,
Plazuelas, cuya alma
 Es la flor del naranjo.

Resuenan cerca, lejos,
Clarines masculinos.

Aquí, allí la flauta
Y oboe femeninos.

Mágica por el cielo
La luna fulge, llena
Luna de parasceve.
Azahar, luna, música,

Entrelazados, bañan
La ciudad toda. Y breve
Tu mente la contiene
En sí, como una mano

Amorosa. ¿Nostalgias?
No. Lo que así recreas
Es el tiempo sin tiempo
Del niño, los instintos

Aprendiendo la vida
Dichosamente, como
La planta nueva aprende
En suelo amigo. Eco

Que, a la doble distancia,
Generoso hoy te vuelve,
En leyenda, a tu origen.
Et in Arcadia ego.

La Semana Santa andaluza tiene mucho que ver con la vida, con la arcadia de Cernuda, con esa luna que se parece a otras lunas, con ese tiempo sin tiempo que enciende las pupilas. Por eso acontece en primavera, por eso se nutre de la profundidad de los contrastes, por eso en su decantación importa tanto la extrovertida corneta como el místico oboe que se posa musicalmente en los ojos yertos de un crucificado, por eso se mezcla en ella la dura condición del penitente que arrastra su culpa con las parejas de adolescentes que se buscan entre la multitud. Por esos contrastes aludidos, que tienen que ver con el modo de ser andaluz, es tan importante el entusiasmo sonoro del Cristo del Perdón en la diezmada madrugada gaditana como la solemnidad estremecedora del Cristo de la Buena Muerte en el acabamiento del Viernes Santo. No hay que olvidar que la Semana Santa es representación, teatralización, barroco en estado puro, y que en su anacronismo que algunos detestan reside parte de su encanto.

Por esa complejidad, por esa atmósfera cargada de rito, de río desbordado, de sonidos, de olores concentrados la Semana Santa de los sentidos conmueve a poetas que no forman parte de la ortodoxia como Cernuda. No hay que desdeñar desde cierta posición ultramontana a los agnósticos que se acercan a la Semana Santa con reverencia y respeto. ¿No fue acaso Pier Paolo Pasolini – gran heterodoxo- quien filmó con El evangelio según San Mateo la más hermosa película sobre la pasión de Cristo? A Pasolini le interesaba lo sagrado y se alejó de las estridencias sanguinolentas y del subrayado del manierista Mel Gibson en su película La pasión. Esa misma estridencia que manejan algunos imagineros contemporáneos incapaces de mirarse en el espejo de Montañés o incluso en el de Juan de Mesa que manejó con maestría el dramatismo.

El poeta sevillano Manuel Mantero se ha acercado también a la Semana Santa  de una forma nada convencional. No es un heterodoxo en sentido extremo pero su libro Misa solemne, publicado en 1966, dibujó una corriente de cristianismo alejado de la oficial. Mantero tiene en el libro citado un espléndido poema dedicado a las prostitutas que van a rezarle al Gran Poder[2]. Lo publicó en el contexto de la España desarrollista del franquismo. Mantero ha escrito otros poemas a la Semana Santa de Sevilla. Vive en Estados Unidos pero todas las primaveras vuelve a Sevilla y se pierde por el laberinto de sus calles para seguir contemplando el misterio de la Semana Santa. Recuerdo haber departido con él sobre el territorio de ensoñación que conforma a la Semana Santa andaluza. Para Mantero resulta maravilloso regresar año tras año a esta representación barroca, a esta teatralización de la Pasión y Muerte de Cristo, a este tiempo detenido que es la Semana Santa. Ni los propios cofrades- dice Mantero- son conscientes en su totalidad de la plástica y la lírica de la Semana Santa. Paradójicamente contribuyen a ella pero no  todos alcanzan a sumergirse en su complejidad. Por eso poetas como Mantero son capaces de conferirle esa dimensión intimista e incluso paganizante porque no hay que negar el componente pagano de la Semana Santa, esa suma de sensaciones, aromas y sonidos que la atraviesa y que están implícitos en el poema citado de Cernuda.

Otro heterodoxo conmovido por la Semana Santa andaluza fue Alfonso Grosso  que noveló en El capirote una parte más oscura de la Semana Santa cuando los costaleros cobraban sueldos por cargar los pasos, crisis de la carga que fue generalizada y también se vivió en la Semana Santa de Cádiz. La polémica acompañó a este libro que no vio la luz  hasta 1974 y despertó las críticas de los cofrades más intransigentes de la Sevilla eterna que ni siquiera habían leído el libro. Ya quisieran muchos de esos cofrades haber tenido la capacidad de Grosso para retratar  la Semana Santa como hizo en Los días iluminados que era a  su vez un libro-reportaje y un libro- antología que incluía textos de los hermanos Machado, Juan Ramón Jiménez, Lorca, Blas de Otero etc.

Un ejemplar de Los días iluminados se paga caro en el mercado del libro viejo que uno transita casi diariamente. El libro apareció en 1965, editado por la pujante Lumen,  y venía reforzado por fotografías muy singulares de Francisco Ontañón en las que se daba una visión antropológica de la Semana Santa que hoy día siguen obviando la mayoría de los fotógrafos, más pendientes de inmortalizar las imágenes titulares que de ofrecer un documento gráfico de mayor originalidad.

Grosso y Cernuda, vapuleados por la Andalucía oficial, de la charanga y la pandereta, son ejemplos de heterodoxia. En Cádiz podría ser ejemplo de ello el escritor Fernando Quiñones al que le conmovía especialmente la Semana Santa a la que se acercó sin ser cofrade, sin comulgar con la curia, como hombre sensible que era, atento a la plástica y a la lírica. Quiñones no sólo le atraía como flamencólogo la saeta – de la que fue ocasional intérprete- sino que su mirada a la Semana Santa atendía otros muchos aspectos. En esa línea dejó algún artículo para el recuerdo sobre la Semana Santa de Cádiz y escribió un poema nada convencional al Nazareno de Santa María[3], recreando una salida del año 1931. Este poema puede compararse con otro de José María Pemán que también recreaba otra salida del Nazareno. Habría que preguntarle a los que hacen de Quiñones un escritor a su medida, los motivos por los que el autor de La canción del pirata terminó más cerca de la Semana Santa que del Carnaval al que veía como causa de algunos males  endémicos de la ciudad como reflejó en un artículo publicado en Diario de Cádiz en 1997[4]. 

Hablando de Carnaval podrían citarse muchas coplas dedicadas a la Semana Santa. Nos interesan aquellas que vienen de autores que no comulgan con la ortodoxia, porque su visión suele estar más cercana al sentir del pueblo, a la corriente de emotividad inexplicable que tiene una imagen en la calle. En este sentido uno de los que mejor ha cantado a la Semana Santa es Antonio Martínez Ares. No es lugar aquí de valorar su polémico pasodoble al Papa con Los miserables ni de relatar su posterior vía crucis a causa de su pasodoble. Lo que sí quiero es destacar cómo, el ahora cantautor, supo definir la Semana Santa de Cádiz en un inmenso pasodoble que escribió para  Calle de la mar, su última comparsa. Este pasodoble, que constituye  una oda sentida y vivida a la Semana Santa de Cádiz,  la compuso cuando ya no le ligaba nada al mundo de las cofradías gaditanas. Este alejamiento no le impedía seguir siendo un espectador sensible de la Semana Santa al que he visto muchas veces en esos rincones que son idóneos para sentir la Semana Santa de Cádiz, los mismos que transitaba el añorado Quiñones. Recordemos el pasodoble de Calle de la mar:

Hoy es Domingo de Ramos...
Y a mi niña chiquitita,
voy a llevarla a que vea,
que vea la Borriquita.
Y mañana si Dios quiere,
iremos a la Plaza Pinto,
a ver pasar a un viñero
que va mas muerto que vivo.
Entre Sagasta y San Pedro,
bajo Palio velaremos
la Soledad infinita.
Y a medianoche del martes,
escucharemos en el Parque
la voz de las horquillitas:
"Vamos al cielo Señores,
que ya estamos en casita,
que ya estamos en casita..."
Y a dormir que al otro día,
y a dormir que al día siguiente...
Seguiremos el Caminito,
la agonía de un bendito
que Sentencian a la muerte.
Y cuando llegue ese Jueves,
Jueves de Santa María;
rezaremos al Gitano,
que perdona los pecados
en Santa Cruz a la amanecía.
Buena Muerte el Viernes Santo por la noche,
un Entierro de cristal de Madrugada,
Una Madre medio loca por la Placita del Falla
Y el que quiera irse de Cádiz; que se vaya.
Que yo sigo Penitente en mi Tacita.
Ya se están abriendo las Puertas del Carmen;
ya sale la Borriquita....

Otro hacedor de coplas carnavalescas que le ha cantado a la Semana Santa desde cierta heterodoxia es Pedro Romero. El autor de Nuestra Andalucía ha definido la Semana Santa de Cádiz como la Semana Santa del mar, hermosa definición que también utilizó Fernando Quiñones. Aunque no lo veamos, aunque no enmarque –salvo excepciones- el recorrido de las imágenes, el mar está presente, se hace presente en la Semana Santa de Cádiz en forma de rumor, de brisa, de horquilla, de metáfora lorquiana cuando llamamos barcos de luces a los pasos. Pedro Romero citaba a la horquilla, tan denostada por algunos amantes de la carga a costal, en un pasodoble de la comparsa  Pregones de 1981. En ese pasodoble Pedro Romero  ensalzaba la forma de cargar los pasos en Cádiz, el característico mecido de sus pasos que no debe confundirse con el mecido de balcón a balcón ni con el exceso. 

Pedro Romero ha sido el cantor carnavalesco por excelencia del Nazareno de Santa María. En 1994 sacó la comparsa Güeña gente para la que escribió un pasodoble que era una especie de oración cantada para el regidor perpetuo, una oración en los labios de un padre desesperado que pedía salvación al Nazareno para su hijo sumido en el pozo de la droga.  El Nazareno es el gran icono de la Semana Santa de Cádiz, receptáculo de todas las penas del barrio de Santa María, paño de lágrimas y desconsuelos. Cada Jueves Santo sucede un hecho extraordinario en la Cuesta de Jabonería por mucho que se repita, por mucho que acudamos siempre fieles a la cita, fieles a esa aparición, a ese revuelo que se adueña de todos los rincones. Aparece el Nazareno y el fervor del barrio excede lo religioso, cautiva a propios y extraños. Es parte de esa Semana Santa plural y vivísima que tiene su razón de ser en el pueblo.

Y en este recorrido de poetas-cantores me detengo ahora en Julio Mariscal Montes, poeta que fue de Arcos de la Frontera, miembro del grupo Alcaraván que dinamizó la poesía gaditana de posguerra. Julio Mariscal fue un inmenso poeta que sufrió una especie de exilio interior, que fue consumiéndose poco, apartándose del mundo, carcomido por una pena profunda. Puede que no fuera heterodoxo pero tampoco su poesía convivió con la ortodoxia[5]. Dejó para la posteridad varios libros, entre ellos un conjunto de sonetos que conformaron Quinta palabra[6]. Los pregoneros de ahora deberían leer este libro, deberían aprender de cómo puede poetizarse la Semana Santa, la pasión de Cristo. Al señor José Blas Fernández, pregonero de la Semana Santa de Cádiz de este emblemático 2012, debería habérsele regalado con las pastas del pregón un ejemplar de Quinta palabra. Pero no sé si a los políticos les interesa demasiado la poesía. Por la experiencia que tengo diría que no demasiado. La cosa política y la cosa poética como que no se dan la mano.  El caso es que Julio Mariscal fue poeta de verdades hondas, de amores versificados que dejaban en los labios la herida de un beso, de una despedida, de un tren de cercanías detenido en la vía muerta de un crepúsculo. Pensamos en Julio y viajamos a la impresionante Semana Santa de Arcos. Pensamos en Julio y recordamos aquel poema suyo tan magnífico titulado “Oración” con el que cerraba el libro Tierra de secanos, editado en 1962. Lo que allí decía no estaba tan alejado del pasodoble al Papa de Martínez Ares antes citado. Como ejemplo ilustrativo transcribimos la estrofa final del poema. Lo que sencillamente se solicitaba era un replanteamiento de la doctrina religiosa, un replanteamiento de Dios en tiempos de value-vacuum o vacío moral que ahora están igualmente agudizados. El poema de Julio Mariscal se inserta en esa problemática que puede trasladarse al ámbito de la propia Semana Santa:

(…) Por una vez, Señor, rasga la túnica

y enarbola tu látigo, Dios Padre,

y, a cintarazo limpio,

echa del claro abrazo de tu pecho

a todos los oscuros, los que gimen,

los que levantan tu cadáver para

redondear la envidia o el negocio.

A todos esos que se apiadan bajo tu costado,

que te rezan: ¡Dios mío!,

mientras les vas llenando las talegas.

Podríamos en esta relación de poetas nada convencionales hablar de Federico García Lorca y de aquella Semana Santa de Sevilla que compartió con el músico gaditano Manuel de Falla. Podríamos referirnos a aquel poema en el que compara los nazarenos con unicornios y le otorga a la  Semana Santa un sugestivo contenido mitológico que engarza con el paganismo que también la configura. Podríamos también aludir al primer tomo de las memorias del desaparecido crítico literario y poeta Miguel García Posada[7] al que también podríamos situar lejos de la ortodoxia a la que sí perteneció su padre, pregonero de la Semana Santa de Sevilla. Afirma García Posada que la Semana Santa le parece un espectáculo impar y que la caída del franquismo le  quitó a algunos las anteojeras ideológicas que no tenía, por ejemplo, José Bergamín que vino a Sevilla a contemplar los desfiles procesionales en los años sesenta. Pese a los elementos reaccionarios de las cofradías – añade García Posada- la Semana Santa persiste por su condición de fiesta popular y por ser una ópera de la muerte y de la resurrección de Cristo. También el prolífico escritor Luis Racionero evoca en sus memorias una visita a la Semana Santa de Sevilla y ratifica idéntica fascinación, más poderosa por venir de alguien ajeno a ese contexto y a esa tradición. Lo mismo sucede con Oscar Tusquets que realiza una entusiasta defensa de la  Semana Santa en su libro Dios lo ve.

Son otras visiones de la Semana Santa que no hacen otra cosa que enriquecerla, que aislarla de los tópicos que otros manejan. Cuando vemos un paso venir hacia nosotros en el misterio de la noche pasan muchas cosas dentro de nosotros. Entendemos que esa emoción es única y no es fácilmente explicable y es una emoción que la han cantado los poetas desde distintos ángulos. Incluso Antonio Machado dejó en “La Saeta” su preferencia por el Cristo que anduvo sobre las aguas antes que sobre el Cristo sufriente del madero. Para hacer esa crítica se valió de la estética de la Semana Santa. Y de aquel poema de Machado hizo Serrat una canción que formó parte de su disco dedicado al poeta sevillano. Y de aquella canción nació una marcha procesional que desde los años setenta hasta hoy recorre las ciudades y pueblos de Andalucía.

Porque la Semana Santa es también música itinerante que es capaz de influir a músicos diversos. Es una saeta que dibuja su agonizante trama desde un balcón y puede ser también “Soleá dame la mano” sonando en una esquina, en un segundo eterno, mientras sopla el viento y un palio se mece como se mecen las hojas rendidas al otoño o una barquilla en el mar o como se mece un visillo en uno de esos balcones del Cádiz antiguo. La misma Semana Santa que lleva a un músico como Andrés Herrera “El Pájaro” a adaptar a su estilo la marcha “Ione” o que condujo a Carlos Cano a versionar en los años ochenta del pasado siglo “Pasan los campanilleros”.

Hay quien no alcanza a comprenderla, hay quien la desprecia y la ignora, hay quien se queda sólo con una parte sin ahondar en otra serie de claves sentimentales, estéticas y líricas. Son esas claves aquí esbozadas que la han sabido desentrañar algunos heterodoxos. ¿Por qué será que uno de los mejores pregones de Semana Santa lo ofreció Antonio García Barbeito en Sevilla? Por eso García Barbeito se acogió para su pregón a un libro básico: Teoría y realidad de la Semana Santa de Sevilla de Antonio Núñez de Herrera, otro heterodoxo que teorizó sobre la Semana Santa como pocos supieron hacerlo.

Un pregón trasciende cuando hay una formación literaria que lo sustenta. Otra cosa es que los pregoneros suplan con amaneramientos y recursos fáciles las carencias literarias. Sin formación literaria un pregón se queda en el quiero y no puedo de la emoción del instante. Por eso hay pocos pregones que sostengan una lectura atenta. Muchos periodistas cofrades de la ciudad deberían aprender del periodista sevillano Paco Robles[8]. Sus crónicas de la Semana Santa en ABC son impecables porque están sustentadas en una formación literaria. Paco Robles se mira en Cernuda o en Rafael Montesinos y eso se nota cuando construye su prosa envolvente, cuando habita los lugares de la emoción que son parte de la Semana Santa.  En Cádiz hay excepciones pero faltan pregoneros verdaderamente líricos.  Pasaron los tiempos en los que Pilar Paz Pasamar, Francisco Montero Galvache o José Manuel García Gómez, dueños de la palabra y del verso,  pregonaban la Semana Santa de Cádiz.
Luis García Gil. Escritor.



[1] El poema forma parte del libro Desolación de la quimera.
[2] Este poema aparece en su libro Misa solemne editado en 1966.
[3] Este poema lo incluyó en el poemario Las crónicas del 40.
[4] Ya casi me borré. Soy de los muchos que creen que se desmadraron, que no nos dan beneficios ni mayor prestigio, que a la categoría y atractivos de Cádiz no deben usurparlos unos disfraces y unas coplas por saladas que sean (y van siendo las menos). Se hacen grandes esfuerzos por dotar al carnaval gaditano de una majestad y unas ínfulas culturales tan ajenas al espíritu mismo de esta fiesta como a la flaca situación de la ciudad. No es que el Carnaval sea culpable de ella. Pero si las horas de ensayos de las agrupaciones, la imaginación y recursos que mueven, su capacidad de sacrificio (desde los gastos de ropajes y carrozas hasta los meses de dedicación) las emplearan en exigencias, iniciativas y acciones útiles de las Asociaciones de Vecinos, en mejorar sus barrios, en luchar verdaderamente por Cádiz, otro gallo podría cantarnos. Pero no. Ingenio, fuerzas, dineros, se los lleva el Carnaval, y los políticos ni pío: todo menos perder votos y popularidad…”
[5] En el año 1.940 se fundó en Arcos la cofradía de  Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas y María Santísima de la Amargura. Entre los hermanos fundadores se encontraba Aurelio Mariscal Montes (hermano de Julio) y Julio Antonio Gil Mariscal (su primo). Julio Mariscal fue también hermano de la cofradía. En fecha temprana (1944) le dedicó unas saetas a los titulares de la cofradía. El poeta se vinculó también a la cofradía del Santo Entierro dedicándole a la Virgen de la Soledad una saeta en una de cuyas estrofas decía: “Tan sola que no tenía/ ni llanto con que llorá/ toma mi mano, María/ que te quiero acompañá/ por tu noche de agonía…”
[6] Lo editó la colección Alcaraván en 1958 con prólogo de José María Pemán.
[7] La quencia, Ediciones Península, 1998.
[8] El presidente del Consejo Local y Hermandades, Martín José García, atacaba no hace mucho el libro Tontos de capirote de Paco Robles, desconociendo el sentido de esa publicación y desconociendo también la trayectoria del escritor y periodista y su total implicación con todo lo referente a la Semana Santa de Sevilla. Es un ejemplo de cómo hay una parte muy estática de la Semana Santa que no es capaz de aceptar una visión que se aleje del canon establecido.