BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




miércoles, 4 de diciembre de 2013

HISTORIAS DEL CÁDIZ Y DE CÁDIZ

La historia balompédica del Cádiz se ha convertido en los últimos tiempos en un folletín de proporciones considerables con un club a la deriva que va pasando de mano en mano y cuyo ostracismo actual debe mucho a la gestión desempeñada por Antonio Muñoz que fuera incapaz de sustentar un proyecto deportivo de futuro. En este alambicado relato no faltan pintorescos personajes mesiánicos  que todo el mundo conoce en Cádiz y que no hacen otra cosa que refrendar que el fútbol es un ámbito idóneo para que algunos sientan cubiertas sus ansias de protagonismo. Para ellos la posteridad les tendrá reservada una glorieta o una calle porque ya se sabe quienes en este mundo al revés terminan siendo beatificados, como si fueran lo contrario de lo que realmente son. 

Es esta una ciudad que amamos, muy a pesar de sus contradicciones. Uno pasea por el casco histórico y siente toda la riqueza que entraña su biografía, toda la cultura con mayúsculas que encierra este otrora emporio del orbe y todo el repertorio de voces populares que terminan conformándola. Lo arquitectónico se desborda con sutilidad, también el cosmopolitismo de otro tiempo y el latido del mar que la envuelve plásticamente. Cádiz es un galeón que se despide, una gaviota, un sueño con forma de espadaña o de torre vigía o de plaza abierta al mundo. Por sus callejones mora el poema que jamás escribiremos o esa música perdida en un pentagrama que pudiera haber compuesto Manuel de Falla. 

Pero no todo es poesía en la ciudad sitiada por el Carnaval, la Semana Santa y el Cádiz C.F, como si no hubiera otra cosa, y lo dice quien se siente ligado sentimentalmente a la Semana Santa, al Cádiz C.F y al Carnaval pero le duele que más allá de esas referencias la ciudad parezca incapaz de explicarse. Para saberlo basta con leer los domingos una sección de entrevistas con ciudadanos gaditanos que publica Diario de Cádiz. En la mayoría de los casos observamos quienes marcan tendencia en la ciudad y nos echamos a temblar. 

La gente no lee a Ramón Solís pero no se pierde lo que dice el hermano mayor de la cofradía de marras o el Juan Carlos Aragón de turno. En esa banalidad permanente vivimos más cerca del Love que del verso exigente de Fernando Quiñones y con un equipo de Segunda B disputando partidos en un estadio de Primera División que ya se sabe quien ha pagado. Cualquier tiempo pasado fue mejor porque lo habitaban Mágico González, Pepe Mejías o copleros nada presuntuosos como Paco Alba. Ahora sufrimos lo extemporáneo que ya denunciara el citado Quiñones y que nos lleva a padecer un Carnaval en plena canícula de agosto o procesiones magnas que de tanto repetirse pierden su carácter extraordinario y que también acontecen fuera de la liturgia que marca la cuaresma. Esto debe extrañar a un lector foráneo que no debe saber quien es el Libi ni conoce la cofradía del Despojado ni a Luis Rivero.  

Glosamos esta ciudad, la sentimos nuestra, tratamos de hacer cultura en ella, pero sentimos la desazón de lo que parece irreversible, una ciudad condenada al tópico y que quizá no hace otra cosa que ser reflejo de cierta España de charanga y pandereta que no termina de irse. Mi padre - no me cansaré de decirlo- salvó en su día el Arco de la Rosa de ser demolido y creó un colegio con el sudor de su frente, convirtiendo en realidad un sueño pedagógico. Hizo poesía y cultura en tiempos difíciles. Todo eso resulta irrelevante en esta ciudad que encumbra a quien no lo merece. Por eso es sintomático que el nuevo Concejal de Cultura Alejandro Varela -ex futbolista del Cádiz curiosamente- se estrene en el cargo reuniéndose con cofrades. He aquí las prioridades de la ciudad. Es esa la realidad y de nada sirve lamentarnos por ello. Uno quisiera que Cádiz se conociera más por la música universal de Manuel de Falla que por otra serie de cuestiones. Pero como cantaba Serrat nunca es triste la verdad lo que no tiene es remedio.