BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




sábado, 15 de marzo de 2014

CHANTAJE CONTRA UNA MUJER


Experiment in terror la dirigió Blake Edwards en 1962, el mismo año del estreno de Lolita de Kubrick, el mismo año de la muerte de Marilyn Monroe, a un año del magnicidio de Dallas que acabó tajantemente con el sueño americano que representaba Kennedy. Experiment in terror se llamó Chantaje contra una mujer porque así lo quisieron los caprichosos distribuidores de la película en nuestros lares. Al revisarla constatamos la relevancia de un cineasta capaz de los más diversos registros expresivos y que firmó en la década de los años sesenta algunas de sus mejores obras.  

No deja de resultar curioso que el mismo firmante de La pantera rosa o de El guateque -dos joyas de la comedia- emprendiera un intenso ejercicio de estilo tan fascinante como el que supuso Chantaje contra una mujer, una película policial pero alejada del estereotipo. La secuencia inicial con un inspirado uso de los encuadres ya revela el talento de Edwards para crear una atmósfera terrorífica centrada en el rostro acosado de Lee Remick, inolvidable actriz que llenaba de magnetismo todos los personajes que interpretaba. Añádese en el filme que nos ocupa la riqueza de matices del personaje de psicópata asmático que encarna Ross Martin. 
Experiment in terror expone una situación dramática pero no incurre en lugares comunes como forma de satisfacer al espectador medio. La trama va desarrollándose de forma y manera previsible pero con una puesta en escena dotada de una fuerza expresiva que convierte la película en un título de indudable interés que ocupa un lugar fundamental en la filmografía de Edwards, como también lo sería la coetánea Días de vino y rosas en la que Lee Remick volvería a trabajar para el cineasta. 

Lee Remick es el rostro de la indefensión y de la turbación en Experiment in terror. Su admirable trabajo debe mucho a la dirección de actores de Edwards que se estrenaba aquí como productor. A su lado aparecen nombres familiares en la construcción de su obra como el músico Henry Mancini que aquí firma una sugestiva e inquietante banda sonora o el operador Philip Lathrop que confecciona un trabajo sumamente estilizado.

No puede obviarse la presencia carismática de Glenn Ford que encarna al agente del FBI encargado de impartir justicia y cuya relación con el personaje de Lee Remick será puramente profesional. La cámara de Edwards desatiende los vericuetos sentimentales y prefiere centrarse en la intriga principal que desemboca en ese final asombroso en el estadio con un uso magistral de los planos aéreos. Edwards se revela como un cineasta indudablemente dotado para el cine policiaco. No es extraño que podamos encontrar relaciones entre la película de Edwards y clásicos policiacos posteriores como Dirty Harry de Don Siegel con la que guarda más de un paralelismo, sobre todo por la manera de apropiarse cinematográficamente de una ciudad como San Francisco.

No alcanzo a entender la omisión de Tavernier y Coursodon de esta obra mayor de Edwards en su canónico 50 años de Cine Americano. Cualquier valoración que se haga de la filmografía del cineasta debiera contar con esta notable incursión en el género policiaco de Edwards en la que no faltan algunos elementos que sugieren una intención indudablemente desmitificadora. Algún bache rítmico no empaña la brillantez de una película que empieza y termina con dos secuencias climáticas admirablemente construidas por parte de un cineasta cuyo nombre irá siempre ligado al del gran Peter Sellers.