No deja de resultar curioso que el mismo firmante de La pantera rosa o de El guateque -dos joyas de la comedia- emprendiera un intenso ejercicio de estilo tan fascinante como el que supuso Chantaje contra una mujer, una película policial pero alejada del estereotipo. La secuencia inicial con un inspirado uso de los encuadres ya revela el talento de Edwards para crear una atmósfera terrorífica centrada en el rostro acosado de Lee Remick, inolvidable actriz que llenaba de magnetismo todos los personajes que interpretaba. Añádese en el filme que nos ocupa la riqueza de matices del personaje de psicópata asmático que encarna Ross Martin.
Experiment in terror expone una situación dramática pero no incurre en lugares comunes como forma de satisfacer al espectador medio. La trama va desarrollándose de forma y manera previsible pero con una puesta en escena dotada de una fuerza expresiva que convierte la película en un título de indudable interés que ocupa un lugar fundamental en la filmografía de Edwards, como también lo sería la coetánea Días de vino y rosas en la que Lee Remick volvería a trabajar para el cineasta.
Lee Remick es el rostro de la indefensión y de la turbación en Experiment in terror. Su admirable trabajo debe mucho a la dirección de actores de Edwards que se estrenaba aquí como productor. A su lado aparecen nombres familiares en la construcción de su obra como el músico Henry Mancini que aquí firma una sugestiva e inquietante banda sonora o el operador Philip Lathrop que confecciona un trabajo sumamente estilizado.
No puede obviarse la presencia carismática de Glenn Ford que encarna al agente del FBI encargado de impartir justicia y cuya relación con el personaje de Lee Remick será puramente profesional. La cámara de Edwards desatiende los vericuetos sentimentales y prefiere centrarse en la intriga principal que desemboca en ese final asombroso en el estadio con un uso magistral de los planos aéreos. Edwards se revela como un cineasta indudablemente dotado para el cine policiaco. No es extraño que podamos encontrar relaciones entre la película de Edwards y clásicos policiacos posteriores como Dirty Harry de Don Siegel con la que guarda más de un paralelismo, sobre todo por la manera de apropiarse cinematográficamente de una ciudad como San Francisco.
No alcanzo a entender la omisión de Tavernier y Coursodon de esta obra mayor de Edwards en su canónico 50 años de Cine Americano. Cualquier valoración que se haga de la filmografía del cineasta debiera contar con esta notable incursión en el género policiaco de Edwards en la que no faltan algunos elementos que sugieren una intención indudablemente desmitificadora. Algún bache rítmico no empaña la brillantez de una película que empieza y termina con dos secuencias climáticas admirablemente construidas por parte de un cineasta cuyo nombre irá siempre ligado al del gran Peter Sellers.