BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




lunes, 7 de abril de 2014

EL POETA DEL CAÍDO



“Martes de Jesús Caído, la joven, blanca y capitana Cofradía del Mentidero: “En la calle se ha caído/Jesús por segunda vez/ de tanto como ha sufrido/ no puede ponerse en pie…”. Lo escribía el poeta gaditano José Manuel García Gómez en las páginas de ABC un 25 de marzo de 1964 en un artículo dedicado a la Semana Santa de Cádiz con un título suficientemente expresivo: “Una semana de fervor gaditano”. El creador de la revista Caleta caminaba por la treintena y aún no había dado a imprenta “En medio de las olas”, grácil poemario y bella oda blanca a Cádiz, tal como lo calificó Vicente Aleixandre con quien García Gómez cruzara numerosas cartas cargadas de afectos líricos. Aquel artículo de mediados de los años sesenta reconstruye para el lector de hoy una Semana Santa muy diferente a la que conocemos en la actualidad pero con la personalidad que le otorgaba el callejero y el mar inmemorial que la envolvía, a lo que cabía sumar un rico patrimonio histórico y artístico que fulgía sobremanera en tiempos aún próximos a las penalidades de la posguerra cuyas heridas agrandó la terrible explosión del año 1947.

Por esa Semana Santa aposentada en lo íntimo soplaban los nuevos vientos de cofradías nacientes que hallaron en la gubia de Miguel Láinez Capote al imaginero que dio forma en su taller de la calle La Rosa a algunos de sus sueños en forma de advocaciones y misterios. Láinez sería el autor de la imagen de Jesús Caído a principios de los años 40.  En ese latido arrítmico de esa primera posguerra –memoria de indigencia y estraperlo- es cuando nace la Cofradía de Jesús Caído cuya travesía va estrechamente ligada a la figura de Bernardo Luis Periñán y Salguero con quien José Manuel García Gómez trabara una intensa amistad. La revista Estandarte da medida del talante de Bernardo Periñán y nos permite a un tiempo profundizar en aquella relación entrañable, encontrando los ecos profundos del poeta que le cantaba a Jesús Caído con una intensidad y una identificación que no llegaría a alcanzar con ninguna otra imagen de la Semana Santa de Cádiz. José Manuel García Gómez fue el poeta de Jesús Caído que encontró en la imagen doliente de quien cae a tierra una forma de autorretrato que pudiera ser consustancial a todo itinerario vital. La imagen de Jesús como metáfora que el poema y el poeta certifican sobre la hoja en blanco como también supo hacerlo el poeta de Arcos Julio Mariscal Montes en el primer terceto de uno de los sonetos de su libro Quinta palabra. En ese terceto se cita la caída en tierra de Jesús Nazareno camino del calvario: “Para que Tú cayeras, Hombre, para/ que caigas otra y otra vez, abierta/ esta terrible Calle de Amargura, culminándose el soneto con este otro terceto: “Para ya solo Dios que se espesara/ en cada gota de su sangre abierta/ y te hicieras más Dios en su espesura”.

En uno de los números de la revista Estandarte (el sesenta y nueve concretamente publicado en marzo de 1969) aparecía en la portada la imagen de perfil de Jesús Caído. Ese número de la revista recogía íntegro el Pregón de la Semana Santa de Cádiz de José Manuel García Gómez que tuvo lugar en el año 1967, dentro de los actos conmemorativos de las Bodas de plata fundacionales del Caído. La lectura de ese pregón nos remite a un tiempo pasado de pregones más líricos en los que no se gritaba ni era preciso un uso y abuso de la gesticulación y del ripio. La estética de la Semana Santa encontraba en el verso y en la oratoria de García Gómez un aliado perfecto que no sólo cantaba lo propio sino que buceaba en quienes le habían cantado en verso a la Pasión y Muerte de Cristo con Lope de Vega y sus Rimas sacras en un lugar siempre privilegiado.

“Cada año, y por el azul del mar, el humo y el olor de la resina del Campo del Sur, el Martes Santo de Cádiz se llena, a la verde sombra del Parque de Genovés, de sentimientos y emociones nuevas…La Capilla del Colegio Mayor es blanca y limpia, tiene el pequeño aroma de una flor jazminera. En ella sólo cabe el brillo de una lágrima o el aire de un suspiro...Y la estampa del Cristo y la Señora: Él, vestido de blanco, y rendido en un monte de claveles…Ella, sin corona ni ráfaga, adornada tan sólo con el número doce de las estrellas de Apocalipsis…”. Así lo cantaba García Gómez en su capítulo dedicado a la cofradía de Jesús Caído (“Señor de bruces, rey amilanado…”) del libro Semana Santa en las diócesis de Cádiz y Jerez que editara Gemisa en los albores de los años ochenta. El poeta gaditano llegaba en su itinerario al Caído y su prosa –ya crepuscular- no podía eludir esa parcela íntima y sentimental que le llevaba a sentirse parte de aquella cofradía que había visto crecer de la mano, entre otros, del entusiasmo de Bernardo Periñán.

Para la cofradía de Jesús Caído José Manuel García Gómez dejó algunos de sus mejores versos pasionistas, como viene a probar este conjunto de inspiradas décimas que compuso para cada una de las tres caídas a tierra de Nuestro Padre Jesús Caído:
Por primera vez Jesús,
celeste pan sin mancilla,
rindió su santa rodilla
bajo el peso de la cruz;
por primera vez Jesús
doliente vellón caído.
Y en el azul conmovido
de aleteos y de estrellas
palpitan nuestras querellas
por Cádiz, blanco y rendido.

Por segunda vez Jesús
sobre la piedra sombría
se rindió, que no podía
con el peso de la cruz.
Y en el ocaso sin luz
suenan tambor y trompeta.
La garganta, hecha saeta
mece con su triste brío
a Jesús Caído, un río
de mansedumbre secreta.

Por tercera vez, Señor
bajo el peso de la cruz,
María sin otro azul,
sin más palio que el dolor
del desamparo mayor.
Y en la noche gaditana
la brisa del mar temprana
gime con vivo gemido
el dolor más dolorido:
la estrella de la mañana.

Tres décimas en tierra, como lágrimas sonoras, como ríos líricos que en el cauce suspirante portaran un lamento antiguo. El poeta desvivido, derramado, soplo de mar y viento persiguiendo la efigie de Cristo, su ejemplo y su bíblico eco. El salvador del Arco de la Rosa –como testificó Fernando Quiñones-,  el alma mater de la revista Caleta, el poeta de la calle Cervantes que conferenciaba sobre Antonio Machado o sobre Lorca en tiempos no precisamente propicios para divulgar a poetas que no abrazaron la causa del régimen franquista. El hombre que al cumplir cuarenta años fundó un colegio pero que antes de todo eso ya buscaba el verso con el que definir el misterio de un paso de palio que se mece a ritmo de horquilla en la pupila del sueño. El poeta orante, meticuloso, cierto, que ofrendó una rosa metálica a la Virgen de los Desamparados, titular de la cofradía, una rosa que a veces la dolorosa llevó sobre una de sus manos y cuya ejecución correspondió al orfebre sevillano Vicente Martín Cartaya. El incansable investigador gaditano José Luis Ruíz-Nieto Guerrero me aportó generosamente este dato que constó en acta un 14 de febrero de 1969, el mismo año que el poeta dio a imprenta el poema-oda En medio de las olas, homenaje a Cádiz anteriormente citado. A la Madre de los Desamparados [1] también le dedicó el poeta alguna que otra décima como esta que transcribimos y que incluía un guiño lírico a Pemán y a su famoso poema al cargador gaditano que Juan Manzorro volvió a rescatar de la niebla sigilosa del tiempo en su Pregón de la Semana Santa de Cádiz:

Desamparada Señora
tu dolor es el mayor.
Por tu corazón en flor,
un río de pena llora,
un río que en esta hora
quisiera enjugar el llanto
de tu luto y tu quebranto.
Por eso a golpe de horquilla
y de vaivenes de mar
Cádiz quisiera borrar
la pena de tu mejilla.

José Manuel García Gómez le cantó al Caído sucesivamente sin apartar nunca de su pensamiento a Bernardo Periñán con el que tantas conversaciones cruzara. Ambos habían compartido la primera salida procesional de la Cofradía [2], radicada desde principios de los años sesenta en el Colegio Mayor Beato Diego José de Cádiz. A partir de ese instante las salidas fueron sucediéndose como lo hicieron las primaveras sepultando bajo tierra la faz de los inviernos retadores. Se sumaron salidas y recogidas en los que el poeta del Caído no faltaba a la cita como tampoco lo hacía su amigo Bernardo Periñán. Solía vérsele en el camino de ida contemplando el paso del Señor por el barrio del Mentidero y otras elegía el melancólico –casi elegiaco- camino de regreso por el parque de Genovés con la noche perfumada de incienso, glorificada por el verde desbordado e impresionista de la naturaleza.

Todo ese caudal emocional culminó en un gran poema, el mejor de cuantos José Manuel García Gómez dedicara al Caído y que vio la luz en el número especial de Estandarte, fechado en marzo de 1965. El poeta se encomendaba en una cita previa a Luis de Góngora y Argote [3], antes de acunarse en el oleaje de un verso exacto, rítmico y sufriente que miraba a los clásicos en la forma de vertebrar su canción desconsolada:

Rindes, Señor, sobre la dura piedra,
tu rodilla;
sobre el escalofrío
naufraga el leño verde;
te desploma, Jesús, como un cordero,
partidas las entrañas
en la calle,
y ayer, desde lo alto,
una flor se posaba
en la ternura vegetal del heno.

La cruz, Señor,
te rinde el corazón. Te rinden
beso, látigo y espina,
te rinde el gallo
que cantó tres veces;
te rinden los cuchillos
que le abrieron
siete ríos de sangre
al dolorido maternal regazo;
te rinden
manos torpes, corazones,
gritos, nieblas
espesas de humana pobredumbre,
y ayer desde lo alto,,
una flor se posaba
en la ternura vegetal del heno.

Una vez
y otra vez cae tu rodilla
sobre los mismos lechos duros de la piedra.
Tres veces van, Señor. Tres golpes van
por los que se despeña tu sonrisa.
Tú por nosotros,
tu dolor por el nuestro,
que el rescate lo exige
en la absorta mañana del Calvario,
y ayer, desde lo alto,
una flor se posaba
en la ternura vegetal del heno,
una flor que ahora tronchan
locas voces de sangre,
locos vientos de sangre,
necias luces de sangre.
Este poema en tres tiempos supone a nivel expresivo -con su armonía de heptasílabos y endecasílabos-  la muestra lírica más acabada de José Manuel García Gómez como poeta del Caído al que volverá a cantar en su último Pregón a principios de los años noventa. Al margen de García Gómez hubo otros poetas de aquella promoción del cincuenta que le cantaron a los titulares de la Cofradía de Jesús Caído que llegó a organizar un concurso literario, loable iniciativa que apenas tenía antecedentes en otras cofradías 4]. Uno de esos poetas fue Diego Navarro Mota [5] que en verso libre dedicó al Señor un poema titulado “La caída” que publicó Estandarte en diciembre de 1964. Pese a ello nadie alcanzó esa identificación lírica que logró José Manuel García Gómez, el poeta que vino al mundo en el número 22 de la  calle Cervantes y con el que la ciudad de Cádiz y la Semana Santa de Cádiz siguen estando en deuda.




[1] La bendición de la titular de Jesús Caído fue anunciada por la revista Estandarte en su número de abril de 1964, dándose mayor cobertura de la misma en el siguiente número correspondiente al mes de mayo. Se destacaba entonces la sutileza expresiva que le había dado a la imagen el escultor sevillano José Rivera García  
[2] La cofradía dio sus primeros pasos en el otoño de 1941 pero no se conforma realmente hasta la Junta reorganizadora creada por un grupo de jóvenes universitarios a finales de los años cincuenta. El Martes Santo de 1960 efectúa su primera salida desde la parroquia castrense del Santo Ángel y el Viernes Santo de 1961 desde el Convento de las Descalzas. A partir de 1962 ya sale desde el Colegio Mayor Beato Diego José de Cádiz.  Esa es la década en la que José Manuel García Gómez cimenta poéticamente su vinculación a la cofradía universitaria.
[3] Caído se le ha un clavel/ hoy a la aurora del seno…
[4] Tenemos noticias de un primer concurso literario con motivo de las Bodas de Plata fundacionales de la cofradía. Las bases de dicho concurso se fijan el 26 de octubre de 1966 y en ellas se indica que se otorgará un premio de cinco mil pesetas y un trofeo al mejor poema inédito de metro y extensión libres dedicado a uno o a ambos de los Titulares de la Cofradía.
[5] Navarro Mota fue otra de las presencias literarias de la revista.