BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




martes, 24 de junio de 2014

MUNDIALES



Perdonadme pero yo nací con el fútbol. A mi madre debía pesarle el vientre cuando la Holanda de Johan Cruyff trenzaba poéticamente su fútbol total en el Mundial de Alemania. Para mí no ha habido otra selección como aquella, otro ejemplo más claro de ensoñación futbolística que la que forjó este mítico once que rozó la gloria balompédica e inventó el fútbol moderno. Más de uno recordará ese once formado por Jongbloed, Suurbier, Haan, Rijsbergen, Krol, Jansen, Neeskens, Van Hanegem, Rep, Cruyff y Rensenbrink. 

La Holanda de Rinus Michels no pudo ganarle a Alemania en aquella final pero hay victorias escasamente memorables y derrotas absolutamente líricas. La de Holanda fue una de ellas, maneras de perder y de entender el trato con la pelota que aquellos futbolistas habían desarrollado previamente en el Ajax, dominador a principios de los años setenta del fútbol europeo. A mi madre debía pesarle el vientre cuando Johan Cruyff se adueñaba del balón y ensayaba una de sus jugadas inverosímiles. Unos meses más tarde vine al mundo y pocos años más tarde mis padres me fotografiaron con un balón de reglamento que era más grande que yo. 

Hace cuatro años Iniesta dio el primer Mundial a España. Unas horas antes había nacido mi hija. El adulto que ya era se acordó del niño que había sido, de aquel niño que sentía como propios los fracasos mundialistas de la selección, la agonía de esos partidos en los que jugábamos como nunca para perder como siempre. Hasta que le ganamos en la final del Mundial de Sudáfrica a una Holanda muy distinta a la de 1974 y en cierto modo aquella España que tocaba y tocaba debía mucho a la fantasiosa escuadra que lideró Cruyff. 

En mi memoria mundialista se suman las secuencias, los recuerdos  de la niñez donde de pronto aparece Zico (el Pelé blanco), el doctor Sócrates, Paolo Rossi, las zancadas de Kempes, Enzo Scifo o el mismísimo Mágico González enfrentándose a Hungría en el Mundial de España. Recuerdo, por ejemplo, una vaga imagen del mundial de Argentina, del fallo del flaco Cardeñosa ante Brasil y también me vienen estampas atropelladas del Mundial de España (ay Naranjito) del estrepitoso fracaso ante Honduras que vaticinaba un Mundial absolutamente desalentador para aquella desdibujada selección española. También me viene a la mente aquel adolescente que también fui celebrando los cuatro goles de Butragueño en el Mundial de México frente a Dinamarca. Aquel júbilo, aquella explosión, aquella portada de Don Balón (Butragoles creo que decía) preludiaba quizá ese segundo para la eternidad en el que Iniesta puso el balón en el camino de la gloria y del sueño. 

Sólo es fútbol dirán algunos. Pero debéis perdonadme porque yo nací amando este deporte. Por eso siento una especial emoción cuando llega un nuevo Mundial como el de este año en Brasil. Importa poco el fracaso asumido de una selección española absolutamente desconocida y que no ha sabido defender con dignidad el título alcanzado hace cuatro años, el mismo día que nacía mi hija. Con el tiempo uno ama el fútbol como espectador y comprende que no se puede ser sublime sin interrupción y que igual que acabó el ciclo del Barça también lo ha hecho el de la selección española. 

Fútbol es fútbol que dijera el difunto Boskov. Y un Mundial constituye la cima de este deporte, su más perfecta representación. Por eso me acuerdo de mi madre pesándole el vientre, de Holanda y del Mundial del año 1974, el año que yo nací.