BIOGRAFÍA

En la obra de Luis García Gil (Cádiz, 1974) conviven de manera absolutamente personal literatura, cine y canción de autor. En el ámbito de la canción ha publicado Serrat, cantares y huellas, Serrat y Sabina a vista de pájaro, Jacques Brel, una canción desesperada, Javier Ruibal, más al sur de la quimera y Joan Isaac, bandera negra al cor. Su amor al cine ha dado como fruto el libro François Truffaut publicado por Cátedra y el guión y producción del documental En medio de las olas dedicado a su padre el poeta José Manuel García Gómez. También ha producido el documental Vivir en Gonzalo que ha dirigido Pepe Freire y en el que se profundiza en la obra de Gonzalo García Pelayo. Como poeta es autor de La pared íntima, Al cerrar los ojos y Las gafas de Allen. Es autor además del libro José Manuel García Gómez, un poeta en medio de las olas.




martes, 29 de abril de 2014

EL MADRID DE CARLO (SEXTA ENTREGA)


Pep Guardiola manejó en la previa del partido una serie de conceptos y de argumentos que no suele manejar alguien que aúna estética y valores, tan necesarios en el muchas veces prosaico mundo del fútbol. La idea del estadio del Bayern como infierno dantesco no fue desmentida por Guardiola y con ella se apelaba a los viejos tiempos en los que el Madrid solía amedrentarse cuando debía competir en Alemania. 

El Madrid llegaba de víctima propiciatoria, dispuesto a sufrir, a capear el temporal. Pero la grandeza del fútbol es su carácter imprevisible. El Madrid hizo el mejor partido de la temporada en el mejor escenario posible mejorando ostensiblemente la imagen ofrecida en el partido de ida en el Bernabeu. Históricamente el Madrid siempre había sucumbido en Munich. No tengo memoria de aquel primer duelo entre ambos equipos en la semifinal de la Copa de Europa de 1976 pero me acuerdo de muchos de aquellos futbolistas que la disputaron. En el partido de ida en el Bernabeu Madrid y Bayern empataron a uno. En el partido de vuelta el portentoso Gerd Muller fulminó al Madrid con dos goles de ariete puro. Me acuerdo de Muller, de Beckenbauer, de Rummenigue que en 1976 representaba el futuro del fútbol alemán. Y también de Miguel Ángel, Pirri, Amancio, Santillana o Breitner, cromos heredados de mis primos y de mis hermanos, cromos con sabor a historia balompédica. 

Las fidelidades futbolísticas suelen ser inquebrantables. Uno es del Madrid desde siempre como podía haber sido de otro equipo. Se es o no se es y a partir de ahí no puede uno andar cambiando de equipo como  de camisa. Igual que Serrat lleva la foto de Kubala en su cartera yo podría llevar la de Butragueño o la de Juanito. El Madrid de Ancelotti ha alcanzado en el partido de hoy una plenitud inesperada. Yo mismo he desconfiado de este equipo que parecía funcionar a fogonazos. Pero hoy en Munich el fútbol ha dado la razón al técnico italiano que ha planteado un partido perfecto con una disciplina encomiable y una poética del vértigo rubricada en las botas de Bale, Di Maria, Benzemá o el muchas veces incomprendido Ronaldo. 

Dos goles de Sergio Ramos y otros dos de Ronaldo conformaron la épica de una noche de ensueño futbolístico. No sé si los que desertaron del Madrid en la era Mourinho ahora regresan a esa patria futbolística que tiene que ver también con la infancia. Mi patria es también el Real Madrid y no me avergüenza decirlo y proclamarlo a los cuatro vientos con el respeto y el amor que siempre he sentido por este noble deporte que todavía practico. Y hoy más que nunca nos acordamos de Juanito, el inolvidable siete blanco, parte también de los días azules de mi infancia, fundiendo simbólicamente el postrero verso luminoso del poeta de Campos de Castilla con un regate en un palmo de terreno de aquel Juan Gómez, el ídolo inmortal del sentimiento madridista.  

lunes, 28 de abril de 2014

A SU AIRE CON MARIA DEL MAR BONET


Por el programa A su aire de TVE pasaban a mediados de los años setenta algunos de los artistas más populares de la escena musical española del momento desde Serrat a Cecilia pasando por Karina o Mari Trini. A su aire contaba con una realización ejemplar que atendía a todos los detalles con planos que escrutaban las reacciones del público, los rostros emocionados que hallaban en aquellas canciones un modo de reconocerse, de envolverse en los acordes de la emoción. 

Eran otros tiempos con el franquismo agonizando pero sin revolución de los claveles que lo desintegrara de forma definitiva. A la par que se emitía A su aire pesaba la injusticia de un régimen que moría matando. Pese al contexto A su aire desplegaba un tipo de canción que hoy se nos antoja inviable en una televisión pública. ¿Cuando fue la última vez que pudimos escuchar a María del Mar Bonet en TVE? La pregunta se nos queda fijada en los labios igual que una queja. Lo que sorprende que aún con Franco pudiera darse esta circunstancia, una artista mallorquina como Maria del Mar cantando su bellísimo repertorio que no incluía ni una sola letra en castellano. La cantante traducía tímidamente lo que iba diciendo y luego unos subtítulos nos hacían las canciones más accesibles, como si ya no lo fueran suficientemente. 

Las cámaras de TVE filmaron cada matiz, cada gesto, cada acorde, la complicidad de los músicos. Vemos a María del Mar tomando la guitarra y eligiendo "Mercè" como primer destello de su ya rico repertorio, dedicándosela a su madre que la mira casi sin mirarla, como emocionada ante el gesto delicado de su hija. Al escuchar "Mercè" el tiempo parece detenerse en ese instante de plena belleza que hoy sería televisivamente impensable. También Serrat cuando pasó por A su aire puso su magistral "Cançó de bressol" en manos de la señora Ángeles Teresa, su madre: Por la mañana rocío, al mediodía calor...

Joan Manresa introduce el recital. Abro su libro 25 anys de Nova Cançó en Mallorca que tan amablemente me enviara. En la antología de canciones que incluye el volumen no puede faltar "Mercè" que formó parte del segundo elepé de Maria del Mar Bonet aparecido en 1971. En su recital televisado cobraba gran protagonismo su elepé compuesto por varios poemas de Roselló-Porcel cuya histórica cubierta estaba realizada por Joan Miró. Ese fantástico trabajo contenía colaboraciones musicales de Hilario Camacho y joyas como "Sonet", "A Mallorca durant la guerra civil" o "En la meva mort", joyas que suenan con una deslumbrante claridad en A su aire

Escucho a Maria del Mar Bonet -blanca y bruna- cantando en el Palacio Vivot de Mallorca y pienso en Silvia Pérez Cruz que ha heredado algo de su estilo, de su impronta, de su estética. Todo parece resumirse en esa lírica mediterránea de puerto perfumado de brea, de canción que vibra como lo hace la tramontana, que bucea en las fuentes populares con rigor y autenticidad definidas. Han pasado muchos años pero la belleza permanece inalterable. Compárese a María del Mar con Beyoncé, la artista más influyente de nuestros días según la revista Time. O mejor no compararla y quedarnos con todo lo que este recital fechado en 1974 nos sigue regalando al detenernos en la atmósfera especial que lo sustenta. 

sábado, 26 de abril de 2014

EL LEGADO DE MOU O EL MADRID DE CARLO (QUINTA PARTE)


En el libro de Diego Torres sobre la accidentada etapa de Mourinho en el Real Madrid (Prepárense para perder) se afirmaba sobre el fichaje de Fabio Coentrao: 
"Pagar 30 millones de euros por Coentrao, un lateral zurdo de calidad inferior a la de Marcelo supuso un traspaso récord para un suplente..."
Curiosamente el denostado Coentrao que fichó Mou fue el mejor futbolista del Real Madrid en su enfrentamiento de Champions  League (semifinales, partido de ida) contra el Bayern de Munich en el Santiago Bernabeu. Cuando el mejor es Coentrao se entiende que el concepto defensivo ha prevalecido en la táctica empleada por Carlo Ancelotti para contrarrestar el potencial ofensivo de la escuadra de Guardiola. El Madrid jugó como hubiese jugado con Mou, ni más ni menos, y con futbolistas talentosos sacrificados en tareas defensivas como es el caso de Isco Alarcón. 

El legado de Mou sigue presente se quiera o no en este Madrid de furiosa embestida y contragolpe con Benzemá -por fin- en verdadero estado de gracia y resolviendo en los momentos claves. Un Madrid en el que importa y mucho ese pequeño gran futbolista apellidado Modric que también trajo Mourinho y que tanto ha contribuido al soñado equilibro del equipo. A la manera de Mou se abatió al Barça en Copa del Rey apareciendo al rescate del equipo Bale que para ese tipo de jugadas determinantes se le fichó.  

Todos detestamos las formas maleducadas del técnico luso pero eso no excluye reconocerle cierta ascendencia en este Madrid nada preciosista en cuyo once inicial sigue apareciendo Coentrao con un concurso relevante como el que demostró contra el Bayern.  Carlo Ancelotti planteó un partido defensivo como único modo de desarticular el juego del Bayern. El equipo trabajó con una admirable disciplina táctica que desesperó a los jugadores del Bayern incapaces de generar peligro en la meta de Casillas que sólo tuvo una intervención realmente providencial en todo el partido. 

Al Madrid le bastaron las contras para lograr un triunfo que ahora deberá refrendar en Munich en un partido de vuelta que será de la máxima exigencia. En ese crucial encuentro volverán a ser vitales los contragolpes en un tipo de planteamiento que hubiera suscrito el mismísimo Jose Mourinho que también hubiera tardado en darle su sitio a un futbolista talentoso como Isco que parece recuperar en este final de temporada el papel protagonista que siempre debería haber tenido. 

lunes, 21 de abril de 2014

HURRICANE (DYLAN 75)



El Desire de Bob Dylan empezaba a latir y a rugir con "Hurricane", la canción que dedicara al boxeador Rubin Carter:

Esta es la historia del Huracán,
el hombre que las autoridades culparon
de algo que nunca ha hecho,
lo pusieron en una celda pero una vez
pudo haber sido el campeón del mundo. 

Hubo un tiempo en el que no cesaba de escuchar Desire o Blood on the tracks, dos obras magnas e intensas del Dylan de mediados de los setenta que tuvo en Sam Shepard un testigo excepcional de aquellos históricos recitales de trueno, máscara y verso forjado en la hora incierta del crepúsculo. Venía Dylan de verter las lágrimas del amor perdido y encontró en la historia de Carter una forma de elevar el canto y pedir justicia.     

La noticia de la muerte de Carter me devuelve a la torrencial "Hurricane", todo un manifiesto que Dylan lanzó al aire de las ondas radiofónicas en noviembre de 1975. El bardo clamaba a favor del reo injustamente condenado en la cárcel neoyorkina de Trenton por un crimen que no había sido esclarecido. A Dylan ya se le cuestionaba por su escaso activismo pero con "Hurricane" metía el dedo en la llaga de un asunto candente, algunos años más tarde de haber grabado "George Jackson", un homenaje al hombre negro acribillado a balazos en una prisión norteamericana. 

Dylan hace suya la causa perdida de Rubin Carter y firma una pieza vertiginosa, de largo aliento, con ese violín que la hace tan endiabladamente sugestiva. De inmediato la canción logra la respuesta esperada y se convierte en uno de las grandes himnos populares de Dylan editándose fraccionada en versión single y luego como canción-estandarte del álbum Desire con más de ocho minutos de energía incontenible. El lenguaje empleado por Dylan es un lenguaje periodístico, directo, sin alardes expresivos, trazando un retrato certero y directo de la odisea de Carter que le había enviado un ejemplar de su libro The Sixteenth Round, que luego serviría de base para la película que sobre Carter rodó Norman Jewison.

Disparos de pistola resuenan en la noche de la taberna
llega Patty Valentine del salón de arriba
ve al encargado en una laguna de sangre... 

Me acuerdo ahora de una foto de Dylan visitando a Carter en la prisión con la misma pinta que exhibía en la portada de Desire. Aquello sucedió en mayo de 1975 y dos meses más tarde Dylan y Jacques Levy daban forma a una primera versión de "Hurricane" estrenándola en septiembre en la televisión. Luego vino una intensa, rotunda, expresionista gira que culminó en el Madison Square Garden con lo que se daría en llamar The night of the Hurricane en la que apareció como invitado sorpresa Muhammad Ali. En el prodigioso documento literario de Shepard sobre Dylan (Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera) hay una foto de esa noche en la que posan juntos el huracán lírico de Minnesota y Muhammad Ali. La foto no tiene desperdicio, dos mitos frente a la cámara que eterniza el encuentro. Shepard narró en su libro la emoción de aquel 9 de diciembre y la feliz consecuencia de aquella noche en la que Carter habló a la multitud enfervorizada desde la cárcel:

De regreso en el camerino, Dylan entra a toda prisa quitándose el soporte de la armónica del cuello, con el maquillaje chorreando en largos churretones, los ojos rojos que le salen:  -¡Han absuelto a Rubin! ¡Estará fuera en Navidad. 

viernes, 18 de abril de 2014

RÉQUIEM POR GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

¿Dónde fue que leímos por vez primera Cien años de soledad? Debió ser hace mucho, a saber si era fulgurante primavera o era invierno pero sabemos bien situar en aquella lectura, en aquellos ojos prendidos del papel, una de esas claves vitales y emocionales que forman parte de nuestro amor a los libros. 
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendia había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. 
Volvemos a leer, volvemos a rebuscar en Cien años de soledad la pasión que sentimos por la literatura, por la mirada privilegiada de quienes dominan todos los secretos de la escritura.  A Garcia Márquez le dedicó un andaluz llamado Miguel Fernández- Braso un temprano libro-reportaje que quiso titular La soledad de Gabriel García Márquez que prologaba Alfonso Grosso, narraluz prodigioso a quien no le fue ajeno la torrencial forma de entender la literatura de García Márquez. En ese libro de 1972 hay un retrato del Gabo íntimo al que no está de más volver. 

Miguel Fernández-Braso trata de atrapar la corriente amorosa e infinita que envuelve la prosa del escritor colombiano que fuma celtas y que reside en aquel momento en Barcelona cuyas Ramblas o cuyo Barrio Chino podrían motivar más de una página de realismo mágico. En un momento del libro García Márquez señala la proximidad del carácter de los hispanoamericanos y de los andaluces. Y cita a Cádiz con estas palabras: "Cádiz es estupenda: parece que la gente está esperando el último galeón. Como escritor, Cádiz es la que más me interesa. Hay allí, en el puerto, una rara tristeza que cautiva". 

En Barcelona lo fotografió varias veces la gran Colita que inmortalizó a la gauche divine que se citaba en Bocaccio. Una de esas fotos ilustraba el libro de entrevistas de Ana María Moix 24 X 24 que también se editó en 1972, el mismo año que el libro de Fernández-Braso. 24 X 24 acogía algunas de las entrevistas aparecidas en el diario Tele/eXprés de Barcelona.  Ana María Moix también se nos marchó hace poco. Se citó con Gabo en una cafetería barcelonesa a las cinco de la tarde. Resaltaba su bigotón, sus espesas cejas, su pelo negro y rizado. En la ciudad condal había encontrado cierta calma, cierto reposo que no hallaba en otras ciudades donde se le perseguía, se le buscaba, se le interrogaba como escritor mundialmente famoso que ya era. 

En este Viernes Santo de crucificados barrocos regresamos a Cien años de soledad, a la deslumbrante prosa de Gabo, al pelotón de fusilamiento y a la vida misma hecha de gozos y sombras. Y al contemplar el mar pienso en ese último galeón que siempre se espera, en la mirada de García Márquez eternamente detenida en Cádiz, la ciudad portuaria que también amó. 

martes, 15 de abril de 2014

CRISTO DE LA MISERICORDIA







El Cristo de la Misericordia pasa entre el gentío con su singular cabeza genovesa recostada sobre el madero. El Barrio de la Viña le  mira, le reza a su forma y hace como que le habla, como que le susurra cosas al oído. He aquí sobre el leño del dolor un espejo en el que se mira el viñero de cuando en cuando, como comprendiendo que su cruz pudiera ser la suya aunque una copla alivie el eco de la herida abierta y una saeta tenga trazos de relámpago cruzando la noche. 

La Semana Santa de Cádiz es lo que es por estas estampas populares que se repiten todas las primaveras. En la Viña el sentimiento popular se desborda, incontenible marea que sube y baja. Escuchamos el tambor y el trinar de los pájaros y contemplamos el ritmo estallante de la procesión y los rostros de quienes miran en sus balcones el sueño crucificado que pasa. 

No hay dolor en el reencuentro con lo que seguimos siendo y la horquilla marinera dibuja una vieja historia de estibadores del muelle regresando a casa tras una larga jornada de trabajo. La corneta deja en el aire agonizante los signos de su representación y los niños les piden cera a los penitentes que en Cádiz los nazarenos son penitentes por más que se empeñen algunos de que sea lo contrario.

El Cristo de la Misericordia avanza por una calle de su barrio y el sol resplandece en su cabeza tallada. La imagen tiene una profunda carga emotiva incluso para los escépticos. Todo el barrio le canta a su modo su canción de todos los días. El mar hace por ver la estampa que es a la vez castiza y barroca componiendo a su modo una sinfonía heterodoxa de cuerpos conmovidos a la sensorial caída de la tarde. Al contemplar la imagen del crucificado viñero nos acordamos de Francisco Buiza, artista carmomense, que acoplara canónico cuerpo a la expresiva cabeza de quien muere todas las primaveras en el Barrio de la Viña. 

* Las fotos que acompañan este texto son gentileza del fotógrafo gaditano Fernando Fernández. 

lunes, 14 de abril de 2014

CON PATXI ANDIÓN EN JEREZ

LA VIDA DE ADÉLE


La vida de Adèle se impone a toda caverna ideológica. Es una obra libre, hermosamente libre, majestuosamente libre. Con ella el cineasta tunecino Abdellatif Kechiche logró la Palma de Oro en Cannes pero esto no es lo más importante. Se sabe que los premios no siempre son indicadores de excelencia. 

Lo que importa aquí es la forma en la que Kechiche penetra en los sentimientos de dos mujeres que se aman como no volverán a hacerlo en su vida. El éxtasis del amor y también el desgarro del desamor son ejemplarmente filmados por Kechiche. Para ello cuenta con dos intérpretes de absoluta excepción: Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos. 

Entre la sobrevalorada La gran belleza de Sorrentino y La vida de Adèle advierto grandes diferencias de tono y de lenguaje.  La vida de Adèle suena a verdad desde el primer plano hasta el último. Lo explícito de sus secuencias sexuales no es lo más relevante sino todo el dibujo de la pasión que el cineasta es capaz de construir a lo largo de tres horas de metraje que pasan en un suspiro.

Obra intimista de cuerpos enredados al carrusel de la vida, al delirio torrencial del deseo, que no requiere de artificios expresivos para coronarse en toda la magnitud de su poética carnal que no se queda en la superficie de lo narrado. Al ver la película, al sentirla plano a plano, recordaba a Cernuda que veía al deseo como esa pregunta cuya respuesta nadie sabe. En el final del amor los personajes de La vida de Adèle no hallan respuestas sino vacío y el dolor de sentir que el deseo ha muerto y que ya nada puede ser lo mismo. 


domingo, 13 de abril de 2014

LUNA LLENA EN SEMANA SANTA



Para Gonzalo García Pelayo

Con cada Semana Santa llega el mismo regreso a la infancia, la misma primavera callejera, el mismo Cristo barroco muriéndose en la cruz, la misma estampa dolorida de la Virgen y la misma luna llena cantada por Luis Cernuda en un poema memorable de su libro Desolación de la quimera. Para lo que algunos es cansina repetición para otros supone un emocionado reencuentro con lo que nos conforma. 

La Semana Santa es territorio de ensueño, de quimeras, de infancias torrenciales en brazos de nuestros mayores. Todo depende de la forma en la que posemos la mirada. Poco me interesa la mirada que suele trasmitir el cofrade o el capillita o el pregonero que ama el ripio como a sí mismo. Tampoco la mirada iconoclasta de quien no comprendiendo nada desprecia lo que ignora y no atiende a los matices que encierra esta tradición de siglos. No parece comprenderla Yolanda Vallejo en las páginas de La Voz de Cádiz que firma un artículo titulado Tontos de capirote que repudia la plástica de la Semana Santa, la misma plástica que alababa Fernando Quiñones sin ir más lejos, a quien solía vérsele muy cerca de las procesiones con los ojos bien abiertos, muy líricos ante un espectáculo artístico y sensorial que atrajo su mirada de grandísimo escritor. Tómese el poema "Ahí sale" dedicado al Nazareno de Cádiz. Ahí está todo concentrado. Me quedo, claro, con Quiñones y con su forma de posar la mirada, nada ortodoxa, por cierto, sin retórica hueca de esa a la que alude la señora Vallejo en su artículo. 

A los unos y a los otros, a capillitas cerriles -que los hay- y a detractores, les respondo con el poema "Luna llena en Semana Santa" de Cernuda. El poeta desde la cruz de su exilio buscó volver al origen y lo hizo mirándose en la luna de parasceve, fulgente y misteriosa, en el sonido del clarín, del oboe, en la flor del naranjo, en toda esa suma bañando la ciudad toda. En ese conglomerado de esencias y sensaciones situó el poeta su propia arcadia, el tiempo sin tiempo del niño, la Sevilla eterna de la que marchara un día de septiembre de 1928. 

Esta Semana Santa que es territorio sugestivo en manos de heterodoxos ha dado pie a un excelente libro de Eva Díaz Pérez y José María Rondón titulado Semana Santa insólita (Almuzara, 2014). No encontrará el lector en sus páginas lugares comunes sino visiones que enriquecen la imagen que podemos tener de esta expresión indudablemente popular de Cristos itinerantes alentados por el pueblo en una suerte de representación que el poeta Manuel Mantero comparaba con una ópera entreverada de vida y de  muerte. A Mantero y su poema a las putas que van a rezarle al Gran Poder (Misa solemne, 1964) lo echo en falta en el libro y también a Gonzalo García Pelayo y su insólita y prodigiosa secuencia de la Macarena en Vivir en Sevilla, esa Macarena que cautivó al mismísimo Antonioni tal como se relata en uno de los apasionantes capítulos de Semana Santa insólita. 

Et in arcadia ego. Yo también buscaré mi arcadia particular cuando el Jueves Santo el Nazareno del barrio de Santa María de Cádiz descienda como un lorquiano barco de luz la Cuesta de Jabonería y vuelva a desbordarse el sentimiento popular. Habrá quien no entienda nada pero habrá quien sepa que esa imagen contiene mucho más de lo que aparentemente pudiéramos llegar a creer. Entre la saeta carcelera y antiquísima, el tambor resonante, el estruendo gitano estamos nosotros mismos, quienes habitamos un tiempo pretérito cada vez que volvemos al origen del mundo, al origen de las sensaciones, a esa Semana Santa de mágicas primaveras que nos pertenece, la misma que Cernuda buscaba en la  propia desolación de su quimera. 

Luna llena en Semana Santa, ni más ni menos.  Que fulge incluso por encima de la muchas veces retrógrada mentalidad cofrade o cofradiera y de la intolerancia de los otros, de quienes no sabiendo mirar despotrican, sin atender la hermosa mirada cernudiana a la que yo siempre vuelvo en estos días azules que colman con la fiebre del azahar las calles. 

viernes, 11 de abril de 2014

PALABRA SOBRE PALABRA CON PATXI ANDIÓN



Fotos de los recitales con Patxi Andión

El lujo de volver a encontrarme con Patxi Andión, de cruzar mis poemas con sus canciones sintiendo el poso de la emoción, la huella caudalosa de una guitarra cuyo temblor viene de lejos. En este país sin memoria parece preciso explicar quien ha sido Patxi Andión y quien sigue siendo. En el recital que dimos en Jerez se prendieron nostalgias en el aire, suspiros como de otro tiempo en forma de canciones que desde que se grabaron están ahí ofreciendo su hondo relato lírico, su compromiso firme con la palabra y con la vida. 

Hace cuarenta años -cuanta lluvia en los cristales- Patxi Andión se presentaba en el Palau de la Música de Barcelona. Disco Expres le dedicaba la portada y una reseña elogiosa del recital con un título elocuente: Patxi Andión: Triunfo de un ser consecuente. En esa crónica detallada se decía que Patxi era una figura casi mítica en el panorama musical del país. En las listas de éxitos aparecía en lugar de privilegio "Una, dos y tres" y también el álbum A donde el agua. La misma noche que Patxi Andión culminaba su tanda de recitales en el Palau corría como la pólvora la noticia del asesinato de Salvador Puig Antich a manos de las fuerzas del régimen franquista que iba a morir matando. Por eso aquel recital de primeros de marzo tuvo una carga emocional muy especial. 
Este ejemplo del Palau es suficiente para comprender la importancia de Patxi Andión, un artista que no ha dejado de componer y al que aguarda un estudio de grabación para dar forma definitiva a esas nuevas canciones que le persiguen desde hace algún tiempo y que proseguirán la senda que abrió el indispensable Porvenir. 

En Jerez y en Cádiz volvimos a compartir momentos de amistad que proporciona el milagro de la literatura, del verso que resbala por la piel sigilosa del tiempo y se adueña de los espacios. Compartimos velada tras el recital jerezano en el Tabanco Cruz Vieja con el gran Paco Cepero cuyas mil historias nada tienen que envidiarle a las que contó Pericón de Cádiz en el memorable libro que le dedicara José Luis Ortíz Nuevo. 

Con toda la mar detrás, esa mar tan presente en su obra, Patxi Andión culminó nuestro recital en El Pelicano con "El maestro", uno de sus grandes éxitos, memoria también de aquellos que enarbolaron la bandera de la Revolución de los Claveles, promesa de libertad. Con el alma en una nube convocamos al escenario a Fernando Lobo y a Carmen de la Jara que habían formado parte de ese manojo de sueños compartidos que quise llamar Palabra sobre palabra, forma de abrazo o de engarce sutil de mis poemas con una serie de canciones que son parte de ese equipaje emocional que siempre va conmigo. Son estos momentos por los que siempre digo que merece la pena alzar el canto, vocear el verso, prender la llama, hacer camino, aunque a veces nos duelan los olvidos que atraviesan la tarde con el filo de su espada. 

lunes, 7 de abril de 2014

EL POETA DEL CAÍDO



“Martes de Jesús Caído, la joven, blanca y capitana Cofradía del Mentidero: “En la calle se ha caído/Jesús por segunda vez/ de tanto como ha sufrido/ no puede ponerse en pie…”. Lo escribía el poeta gaditano José Manuel García Gómez en las páginas de ABC un 25 de marzo de 1964 en un artículo dedicado a la Semana Santa de Cádiz con un título suficientemente expresivo: “Una semana de fervor gaditano”. El creador de la revista Caleta caminaba por la treintena y aún no había dado a imprenta “En medio de las olas”, grácil poemario y bella oda blanca a Cádiz, tal como lo calificó Vicente Aleixandre con quien García Gómez cruzara numerosas cartas cargadas de afectos líricos. Aquel artículo de mediados de los años sesenta reconstruye para el lector de hoy una Semana Santa muy diferente a la que conocemos en la actualidad pero con la personalidad que le otorgaba el callejero y el mar inmemorial que la envolvía, a lo que cabía sumar un rico patrimonio histórico y artístico que fulgía sobremanera en tiempos aún próximos a las penalidades de la posguerra cuyas heridas agrandó la terrible explosión del año 1947.

Por esa Semana Santa aposentada en lo íntimo soplaban los nuevos vientos de cofradías nacientes que hallaron en la gubia de Miguel Láinez Capote al imaginero que dio forma en su taller de la calle La Rosa a algunos de sus sueños en forma de advocaciones y misterios. Láinez sería el autor de la imagen de Jesús Caído a principios de los años 40.  En ese latido arrítmico de esa primera posguerra –memoria de indigencia y estraperlo- es cuando nace la Cofradía de Jesús Caído cuya travesía va estrechamente ligada a la figura de Bernardo Luis Periñán y Salguero con quien José Manuel García Gómez trabara una intensa amistad. La revista Estandarte da medida del talante de Bernardo Periñán y nos permite a un tiempo profundizar en aquella relación entrañable, encontrando los ecos profundos del poeta que le cantaba a Jesús Caído con una intensidad y una identificación que no llegaría a alcanzar con ninguna otra imagen de la Semana Santa de Cádiz. José Manuel García Gómez fue el poeta de Jesús Caído que encontró en la imagen doliente de quien cae a tierra una forma de autorretrato que pudiera ser consustancial a todo itinerario vital. La imagen de Jesús como metáfora que el poema y el poeta certifican sobre la hoja en blanco como también supo hacerlo el poeta de Arcos Julio Mariscal Montes en el primer terceto de uno de los sonetos de su libro Quinta palabra. En ese terceto se cita la caída en tierra de Jesús Nazareno camino del calvario: “Para que Tú cayeras, Hombre, para/ que caigas otra y otra vez, abierta/ esta terrible Calle de Amargura, culminándose el soneto con este otro terceto: “Para ya solo Dios que se espesara/ en cada gota de su sangre abierta/ y te hicieras más Dios en su espesura”.

En uno de los números de la revista Estandarte (el sesenta y nueve concretamente publicado en marzo de 1969) aparecía en la portada la imagen de perfil de Jesús Caído. Ese número de la revista recogía íntegro el Pregón de la Semana Santa de Cádiz de José Manuel García Gómez que tuvo lugar en el año 1967, dentro de los actos conmemorativos de las Bodas de plata fundacionales del Caído. La lectura de ese pregón nos remite a un tiempo pasado de pregones más líricos en los que no se gritaba ni era preciso un uso y abuso de la gesticulación y del ripio. La estética de la Semana Santa encontraba en el verso y en la oratoria de García Gómez un aliado perfecto que no sólo cantaba lo propio sino que buceaba en quienes le habían cantado en verso a la Pasión y Muerte de Cristo con Lope de Vega y sus Rimas sacras en un lugar siempre privilegiado.

“Cada año, y por el azul del mar, el humo y el olor de la resina del Campo del Sur, el Martes Santo de Cádiz se llena, a la verde sombra del Parque de Genovés, de sentimientos y emociones nuevas…La Capilla del Colegio Mayor es blanca y limpia, tiene el pequeño aroma de una flor jazminera. En ella sólo cabe el brillo de una lágrima o el aire de un suspiro...Y la estampa del Cristo y la Señora: Él, vestido de blanco, y rendido en un monte de claveles…Ella, sin corona ni ráfaga, adornada tan sólo con el número doce de las estrellas de Apocalipsis…”. Así lo cantaba García Gómez en su capítulo dedicado a la cofradía de Jesús Caído (“Señor de bruces, rey amilanado…”) del libro Semana Santa en las diócesis de Cádiz y Jerez que editara Gemisa en los albores de los años ochenta. El poeta gaditano llegaba en su itinerario al Caído y su prosa –ya crepuscular- no podía eludir esa parcela íntima y sentimental que le llevaba a sentirse parte de aquella cofradía que había visto crecer de la mano, entre otros, del entusiasmo de Bernardo Periñán.

Para la cofradía de Jesús Caído José Manuel García Gómez dejó algunos de sus mejores versos pasionistas, como viene a probar este conjunto de inspiradas décimas que compuso para cada una de las tres caídas a tierra de Nuestro Padre Jesús Caído:
Por primera vez Jesús,
celeste pan sin mancilla,
rindió su santa rodilla
bajo el peso de la cruz;
por primera vez Jesús
doliente vellón caído.
Y en el azul conmovido
de aleteos y de estrellas
palpitan nuestras querellas
por Cádiz, blanco y rendido.

Por segunda vez Jesús
sobre la piedra sombría
se rindió, que no podía
con el peso de la cruz.
Y en el ocaso sin luz
suenan tambor y trompeta.
La garganta, hecha saeta
mece con su triste brío
a Jesús Caído, un río
de mansedumbre secreta.

Por tercera vez, Señor
bajo el peso de la cruz,
María sin otro azul,
sin más palio que el dolor
del desamparo mayor.
Y en la noche gaditana
la brisa del mar temprana
gime con vivo gemido
el dolor más dolorido:
la estrella de la mañana.

Tres décimas en tierra, como lágrimas sonoras, como ríos líricos que en el cauce suspirante portaran un lamento antiguo. El poeta desvivido, derramado, soplo de mar y viento persiguiendo la efigie de Cristo, su ejemplo y su bíblico eco. El salvador del Arco de la Rosa –como testificó Fernando Quiñones-,  el alma mater de la revista Caleta, el poeta de la calle Cervantes que conferenciaba sobre Antonio Machado o sobre Lorca en tiempos no precisamente propicios para divulgar a poetas que no abrazaron la causa del régimen franquista. El hombre que al cumplir cuarenta años fundó un colegio pero que antes de todo eso ya buscaba el verso con el que definir el misterio de un paso de palio que se mece a ritmo de horquilla en la pupila del sueño. El poeta orante, meticuloso, cierto, que ofrendó una rosa metálica a la Virgen de los Desamparados, titular de la cofradía, una rosa que a veces la dolorosa llevó sobre una de sus manos y cuya ejecución correspondió al orfebre sevillano Vicente Martín Cartaya. El incansable investigador gaditano José Luis Ruíz-Nieto Guerrero me aportó generosamente este dato que constó en acta un 14 de febrero de 1969, el mismo año que el poeta dio a imprenta el poema-oda En medio de las olas, homenaje a Cádiz anteriormente citado. A la Madre de los Desamparados [1] también le dedicó el poeta alguna que otra décima como esta que transcribimos y que incluía un guiño lírico a Pemán y a su famoso poema al cargador gaditano que Juan Manzorro volvió a rescatar de la niebla sigilosa del tiempo en su Pregón de la Semana Santa de Cádiz:

Desamparada Señora
tu dolor es el mayor.
Por tu corazón en flor,
un río de pena llora,
un río que en esta hora
quisiera enjugar el llanto
de tu luto y tu quebranto.
Por eso a golpe de horquilla
y de vaivenes de mar
Cádiz quisiera borrar
la pena de tu mejilla.

José Manuel García Gómez le cantó al Caído sucesivamente sin apartar nunca de su pensamiento a Bernardo Periñán con el que tantas conversaciones cruzara. Ambos habían compartido la primera salida procesional de la Cofradía [2], radicada desde principios de los años sesenta en el Colegio Mayor Beato Diego José de Cádiz. A partir de ese instante las salidas fueron sucediéndose como lo hicieron las primaveras sepultando bajo tierra la faz de los inviernos retadores. Se sumaron salidas y recogidas en los que el poeta del Caído no faltaba a la cita como tampoco lo hacía su amigo Bernardo Periñán. Solía vérsele en el camino de ida contemplando el paso del Señor por el barrio del Mentidero y otras elegía el melancólico –casi elegiaco- camino de regreso por el parque de Genovés con la noche perfumada de incienso, glorificada por el verde desbordado e impresionista de la naturaleza.

Todo ese caudal emocional culminó en un gran poema, el mejor de cuantos José Manuel García Gómez dedicara al Caído y que vio la luz en el número especial de Estandarte, fechado en marzo de 1965. El poeta se encomendaba en una cita previa a Luis de Góngora y Argote [3], antes de acunarse en el oleaje de un verso exacto, rítmico y sufriente que miraba a los clásicos en la forma de vertebrar su canción desconsolada:

Rindes, Señor, sobre la dura piedra,
tu rodilla;
sobre el escalofrío
naufraga el leño verde;
te desploma, Jesús, como un cordero,
partidas las entrañas
en la calle,
y ayer, desde lo alto,
una flor se posaba
en la ternura vegetal del heno.

La cruz, Señor,
te rinde el corazón. Te rinden
beso, látigo y espina,
te rinde el gallo
que cantó tres veces;
te rinden los cuchillos
que le abrieron
siete ríos de sangre
al dolorido maternal regazo;
te rinden
manos torpes, corazones,
gritos, nieblas
espesas de humana pobredumbre,
y ayer desde lo alto,,
una flor se posaba
en la ternura vegetal del heno.

Una vez
y otra vez cae tu rodilla
sobre los mismos lechos duros de la piedra.
Tres veces van, Señor. Tres golpes van
por los que se despeña tu sonrisa.
Tú por nosotros,
tu dolor por el nuestro,
que el rescate lo exige
en la absorta mañana del Calvario,
y ayer, desde lo alto,
una flor se posaba
en la ternura vegetal del heno,
una flor que ahora tronchan
locas voces de sangre,
locos vientos de sangre,
necias luces de sangre.
Este poema en tres tiempos supone a nivel expresivo -con su armonía de heptasílabos y endecasílabos-  la muestra lírica más acabada de José Manuel García Gómez como poeta del Caído al que volverá a cantar en su último Pregón a principios de los años noventa. Al margen de García Gómez hubo otros poetas de aquella promoción del cincuenta que le cantaron a los titulares de la Cofradía de Jesús Caído que llegó a organizar un concurso literario, loable iniciativa que apenas tenía antecedentes en otras cofradías 4]. Uno de esos poetas fue Diego Navarro Mota [5] que en verso libre dedicó al Señor un poema titulado “La caída” que publicó Estandarte en diciembre de 1964. Pese a ello nadie alcanzó esa identificación lírica que logró José Manuel García Gómez, el poeta que vino al mundo en el número 22 de la  calle Cervantes y con el que la ciudad de Cádiz y la Semana Santa de Cádiz siguen estando en deuda.




[1] La bendición de la titular de Jesús Caído fue anunciada por la revista Estandarte en su número de abril de 1964, dándose mayor cobertura de la misma en el siguiente número correspondiente al mes de mayo. Se destacaba entonces la sutileza expresiva que le había dado a la imagen el escultor sevillano José Rivera García  
[2] La cofradía dio sus primeros pasos en el otoño de 1941 pero no se conforma realmente hasta la Junta reorganizadora creada por un grupo de jóvenes universitarios a finales de los años cincuenta. El Martes Santo de 1960 efectúa su primera salida desde la parroquia castrense del Santo Ángel y el Viernes Santo de 1961 desde el Convento de las Descalzas. A partir de 1962 ya sale desde el Colegio Mayor Beato Diego José de Cádiz.  Esa es la década en la que José Manuel García Gómez cimenta poéticamente su vinculación a la cofradía universitaria.
[3] Caído se le ha un clavel/ hoy a la aurora del seno…
[4] Tenemos noticias de un primer concurso literario con motivo de las Bodas de Plata fundacionales de la cofradía. Las bases de dicho concurso se fijan el 26 de octubre de 1966 y en ellas se indica que se otorgará un premio de cinco mil pesetas y un trofeo al mejor poema inédito de metro y extensión libres dedicado a uno o a ambos de los Titulares de la Cofradía.
[5] Navarro Mota fue otra de las presencias literarias de la revista.